Viajar es una actividad humana básica. Es una actitud. Un punto de
salida y un punto de llegada quedan unidos por el recorrido que se hace
entre ellos. Viajar es mucho más que seguir una vía. Es hacer camino
al caminar. Si el sujeto va de su casa a su lugar de trabajo, eso no es un
viaje, sino solo un traslado. El viaje implica la relación no habitual entre
dos puntos: lo familiar y lo no familiar; lo cercano y lo lejano. De ahí
derivan las emociones que acompañan al viajante: temores, placeres,
incertidumbre, expectativas. Un viaje de negocios, un viaje de placer,
un viaje de investigación o un viaje académico implican internarse en
una vía hacia lo nuevo, lo diferente, lo esperado tal vez. Esas emociones
provienen de las imágenes que se forma el viajero antes, durante y
después del viaje. Un viaje se planea, se realiza y se recuerda: se anticipa,
se experimenta, se rememora.
En otros términos, se quiere decir que, a partir del auge comercial de
los viajes de ocio, las imágenes se han vuelto fundamentales para el
funcionamiento del sistema turístico, pues son un factor clave no sólo
en la publicidad de los destinos, sino en la generación de expectativas
y comportamientos durante las tres principales etapas de un viaje
turístico. Antes, durante y después. Se viaja para volver: la ida y la vuelta
implican que se completa un círculo, un tour o periplo en donde entran
en juego los imaginarios individuales y colectivos
Turismo, patrimonio y representaciones espaciales/ Ilia Alvarado-Sizzo y Álvaro López López
(Eds.) / Tenerife: PASOS, RTPC
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