La expansión del turismo ha sido, sin duda, uno de los fenómenos más característicos del siglo XX. El progreso de los medios de transporte y la mejora en los niveles de vida de muchos países convirtieron el anteriormente exclusivo arte de viajar en una actividad generalizada de carácter global. Las impresionantes bellezas de la naturaleza y de las obras de arte de todo el mundo ejercieron su potente atractivo sobre una población con creciente capacidad económica para dedicar su ocio a la actividad turística. De esta manera, el turismo cobró una dimensión universal, tanto por el espectacular aumento del número de personas que lo practican como por la progresiva expansión de los destinos turísticos que, en la actualidad, se extienden a prácticamente todos los rincones de la Tierra.
El sostenimiento de esta actividad, con claras perspectivas de crecimiento futuro, exige, sin embargo, dedicar todos los esfuerzos posibles al logro de una armoniosa relación entre turismo y territorio. Existe el riesgo de que la actividad turística se convierta en una amenaza para la conservación de la naturaleza, cuya riqueza y belleza es, por otro lado, el soporte que da cobijo y razón de ser al propio turismo. Se hace por tanto necesario que los agentes implicados en el fenómeno turístico –gobiernos, agencias y los propios turistas– tomen conciencia de que su actividad debe conservar los valores naturales y culturales de los destinos, ya que esta forma de responsabilidad turística es el mejor seguro para la perdurabilidad tanto del sector como del entorno.
Fundación Santander (2004). Patrimonio Natural, Biodiversidad y Turismo Sostenible. España
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